Cada día, desde que nos levantamos –incluso antes–, estamos constantemente tomando decisiones: qué nos ponemos, qué hacemos, qué nos apetece comer… y qué y cómo compramos. Hace años se acuñó el término consumocracia para definir el poder que la ciudadanía ejerce con cada uno de sus actos de consumo –una compra, un voto– y que, en un sistema económico como el actual, tiene un enorme poder de transformación.
Al igual que se acercan cada cuatro años a una urna para decidir a quién entregar el poder de gestión pública, los ciudadanos y ciudadanas ejercen el mismo poder consumocrático cada día. Conscientes de su poder, cada vez reflexionan más a la hora de comprar o no algo, pero también a la hora de mostrar su apoyo a una determinada marca o compañía. Y, a la hora de decantarse por unas o por otras, su desempeño, cómo lo hace, tiene cada vez un mayor peso.
Dicho de otra forma sabemos que nuestras decisiones importan y queremos respaldar a las compañías que lo hacen bien. Según el IV Estudio Marcas con Valores: la era de las consecuencias –investigación social que, desde 2015, analiza el estado de ánimo de los consumidores–, el 60% de los ciudadanos españoles valora en positivo que una marca tenga otros valores más allá de la calidad o el precio, y el 22% elige siempre a marcas que los tienen.
En un momento de emergencia climática en el que los atributos relacionados con la sostenibilidad medioambiental se han convertido en un higiénico, en el mínimo exigible a las empresas por una ciudadanía cada vez más concienciados con la necesidad de cuidar el planeta, la lupa se sitúa ahora en el aspecto social: queremos empresas que generen un impacto positivo en las comunidades en las que operan.
La crisis del coronavirus, además de evidenciar la interdependencia de los humanos con el planeta, también ha mostrado las costuras del sistema y la necesidad de coser las brechas que provoca. Como se evidencia en el informe Evolución de la cohesión social y consecuencias de la Covid-19 en España, elaborado por Cáritas y la Fundación Foessa la crisis económica provocada por la pandemia ha supuesto un shock sin precedentes, duplicando aspectos como la precariedad laboral –que afecta a casi dos millones de hogares–, la exclusión social o las brechas digitales y de género.
Conscientes de ese problema que atraviesa y afecta a gran parte de la población, las empresas y ciudadanía comparten el objetivo de que es necesario un cambio de modelo. Se trata de un nuevo enfoque ecosocial que aúna la preocupación climática con la empatía con los demás, dos causas que no pueden entenderse la una sin la otra.
Marcando la Casilla Empresa Solidaria, las corporaciones demuestran su compromiso con este nuevo modelo más sostenible, inclusivo y justo y contribuyen a crear un nuevo tipo de relaciones humanas y un sistema económico donde las brechas se reduzcan. Por su parte, a la hora de tomar sus decisiones de compras o de reconocimiento de las marcas y empresas, la ciudadanía reconoce el desempeño de las compañías que lo hacen: en la era de la consciencia socioambiental, estamos más predispuestos a adquirir productos y servicios que nos acercan a un estilo de vida más consciente y alineado con nuestros propios valores, que nos acercan al ideal de justicia social que queremos construir.
Si todas las empresas marcasen la Casilla Empresa Solidaria en el Impuesto de Sociedades, se podrían recaudar 186 millones de euros para proyectos encaminados a conseguirlo. Como ciudadanía podemos decidir comprometernos con las organizaciones que quieren construir un sistema mejor: al igual que un voto ayuda a cambiar las cosas, marcar una casilla y apoyar a las empresas que lo hacen también. Y la ciudadanía ya lo está haciendo.
Y tú, ¿quieres que tu empresa tenga impacto positivo? ¡Marca la Casilla Empresa Solidaria en el Impuesto de Sociedades!